En las españolas Islas Canarias, existe la leyenda del Árbol de Casandra, cuya historia tiene dos conocidas versiones:
La primera cuenta que Casandra era una jovencita de entre 12 y 16 años, que pasaba mucho tiempo jugando con un chico de su edad, pero aquella era una época conservadora y el romance que llegaron a tener fue muy mal visto. Así, el padre de Casandra le prohibió encontrarse con su pequeño novio, pero ésta siguió viéndose a escondidas y él, presa de la cólera ante la idea del deshonor, asesinó al novio de su hija…
Tras perder a su amado, Casandra estaba profundamente dolida y resentida con su padre, y realizó un pacto con el Diablo, en parte para vengarse; sin embargo la descubrieron y, como en ese entonces aún las brujas solían ser asesinadas, la capturaron, la ataron al árbol junto al cual hizo el pacto, y allí la quemaron viva… Desde ese fatídico día, comenzó a escucharse que cerca del árbol a veces se escuchaban los alaridos de una jovencita y un ruido como de cadenas arrastrándose. Se cree que es el alma en pena de Casandra, pues muchos dicen haber visto, tallado en la corteza del árbol, un “Casandra e Iván” que después se borra inexplicablemente…
La otra versión de la historia, más cruda aún que la primera, dice que Casandra se quedó embarazada de Iván, y que dio a luz a dos mellizos. Temerosa aún de perder a Iván, Casandra creyó que éste podría dejarla si el tiempo deterioraba su belleza, y tal fue la angustia experimentada ante aquella enfermiza idea, que finalmente hizo un ritual para contactar con el Diablo, a fin de ver si éste le aseguraba una belleza indeleble a cambio de algún sacrificio. Sorprendentemente, el Diablo pidió a Casandra que sacrificase a sus dos mellizos: solo así le daría lo pedido, y tan aferrada a Iván estaba ella, que aceptó realizar el abominable tributo.
Llegó entonces aquella noche profundamente negra en que Casandra, asegurándose de que Iván estuviese dormido y no despertase, tomó con cuidado a los dos bebés, salió de la casa y, bajo la pálida luz de la luna llena y resplandeciente como aquella locura que animaba su mirada, caminó hasta ese árbol en que tantas veces había estado con el padre de los seres que ahora sacrificaría.
Allí, aproximadamente a la medianoche según el deseo de Satanás, sacó el puñal y lo levantó con solemnidad; pero, en aquel breve lapso de tiempo en que se detuvo a contemplar lo que estaba haciendo y a combatir la parte de sí misma que se resistía a tal monstruosidad, advirtió entre los arbustos el brillo de unos ojos asombrados y a la vez enfurecidos: era Iván, que se abalanzó velozmente sobre ella sin darle tiempo a reaccionar, la golpeó, la ató al árbol mientras el llanto desesperado de sus hijos acompañaba a las inaudibles carcajadas de Satanás, y la quemó como se quema a una verdadera bruja…
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